domingo, 31 de mayo de 2009

la novia de los perdedores


LA NOVIA DE LOS PERDEDORES.-

La vida nos había unido de casualidad en ese destino mezcla de bohemia, carencia extrema, soledad, juventud, trabajos duros.

Lo cierto es que éramos Daniel y Miguel (yo) los que vivíamos en la planta baja de la pensión de la callle Serrano.

Pensión es una manera muy despectiva de nombrar a aquella casa. Tenía la tranquilidad necesaria; como es que la dueña, doña Margarita, no alquilaba ni a matrimonios ni a hombres mayores.

Nosotros dos abajo, y en la pieza de arriba un peruano blanco de Lima, que había venido como tantos de sus compatriotas (nunca supe porqué) a cursar sus estudios de medicina a Buenos Aires. Por la tarde trabajaba en una fábrica de pastas.

Por esta última razón lo aceptábamos mucho, ya que a veces venía con un “paquetito” para nuestros afligidos estómagos, que nos hacía recordar por lo menos de vez en cuando las pastas de los domingos de la década del setenta.

Danielito hacía once, once increíbles largos años que alquilaba allí.

Solo, sin familia, sin ni siquiera un tío lejano, pasó una juventud similar a la mía: joda, minas, etc.

Era hijo único y sus padres alquilaban.

Después que murieron sus padres tuvo que ir a parar a la pensión.

La vida le dio un recreo cuando consiguió un buen trabajo en una agencia de turismo.

Sano y gordo, casi redondo, alegre y jodón.

Soltero y ahora encima con algún dinero de sobra.

La cuestión que el tipo se recorrió todos los boliches con buenos trajes, cigarrillos de marca y fanfarroneando.

A mí me parecía que lo merecía.

Se pudo codear con chicas y flacos de clase media alta, a quienes entretendrían sus charlas que eran prácticamente monólogos sobre política, anécdotas sobre sí mismo o sobre personajes que sólo él conocía.

Nadie le creía lo que quería aparentar, pero el tipo de esa forma se la pasaba bien.

Yo era el mismo bicharraco antisocial que soy ahora, más introspectivo aún por el hecho de alquilar y andar seco.

Pero me alegraban la vida los personajes de la casa, las discusiones de Daniel con doña Margarita por los retrasos en el alquiler, pero sobretodo los “monólogos” de Daniel.

Cuando la señora Margarita, después de renegar con todos nosotros, se iba a dormir, Daniel sacaba unas milanesas con papas fritas que habíamos comprado entre ambos, más una sorpresita que era su gentileza: una botella de vino blanco fino bien helado.

Ahí empezaban sus anécdotas.

Si alguien cree que no es interesante escuchar a un tipo que habla casi siempre de sí mismo y sus “levantes” de mujeres del sábado anterior, del mes pasado o de hace años, se equivoca.

Yo me prendía en esas charlas rarísimas, sin miedo de perder mi tiempo ni traumas.

Durante la semana había que trabajar duro.

Cuidar el laburo porque sabíamos que estábamos en los principios de una década difícil.

Salíamos disparando a tomar el subte en plaza Italia, después de unos mates amargos. –el mate amargo es más agresivo- decía Danielito.

En el subte me seguía contando de sus amoríos., me señalaba alguna mujer y me decía:-ves, flaco? Parecida a aquella es “Fulanita”.-

Para Daniel su tesoro eran sus fantasías y alguna que otra mentira.

Poner el tesoro en los sueños es en algunos casos beneficioso.

“pon tus tesoros en el cielo”, leí una vez en la Biblia.

Era una noche común de esas de bohemia, ya ni siquiera eso; amargo aburrimiento matizado por la libertad de no tener ningún compromiso.

Esa noche le comuniqué a Daniel mi decisión de dejar el alcohol, por lo que el mate amargo y medio lavado acompañó la charla.

Se trataba, como siempre, de mujeres.

-Miguel, si vos ves la mina con la que arreglé para esta noche te caes de espaldas!-

-No digas, gordo…se te dio? –

-Se me dio, flaco, y de primera-

Yo sabía que a las largas soledades sobrevenían grandes amores, pero en el estado en que estábamos ambos, la cosa me sonaba a “verso”.

Y a qué hora es el asunto?

-A las doce nos encontramos en la puerta. Si querés asomate a la terraza, y vas a ver lo que es esta mina.-

-…Bueno!.-

El desamparo nos había hermanado tanto que el triunfo de uno era un poco el triunfo del otro.

Si lo que pretendía era intrigarme lo había conseguido.

Recordé cuando habíamos pensado irnos a Europa, y cuando uno tenía guita el otro no, y los pasaportes nunca se sacaron.

Me quedé en mi pieza terminando una de las salchichas de la cena.

Recuerdo que hacía calor y que si venía la chica de Daniel, iba a estar con ropa liviana y la iba a poder apreciar…mejor.

A las doce menos cinco salí a la terraza.

Ahí salió Daniel, de traje y fumando un cigarrillo caro.

Se paró y fumó y fumó contemplando pensativamente la luna.

No apareció nada parecido a una mujer.

Vi la noche de la ciudad en sábado, con todo su delirio de luces, bailes, juventud.

Creo que me corrió una lágrima, aunque no soy de llorar.

La ciudad de noche, el cigarrillo, la luna, ésa era la hermosa chica que Daniel tenía y tendría para él, todas las noches.

Yo sólo la vi esa vez, pero me bastó.

Danielito salió a caminar por Serrano para el lado del zoológico; quizá feliz porque me había engrupido.

Miguel Gary.

lunes, 18 de mayo de 2009

Adios, Mario Benedetti

HASTA SIEMPRE, COMPAÑERO.-