miércoles, 17 de marzo de 2010

anibal y los reyes magos


ANIBAL Y LOS REYES MAGOS.-
Aníbal era un gordito que a todos nos parecía un poco tonto, pero bueno y feliz.
Jamás bajaba a jugar a la pelota; era muy “nene de mamá”, eso me caía un poco mal. Pero en el fondo lo quería.
Yo tenía, calculo, un año más que él, y estaba más “avivado” en ciertas cosas.
Aquella calle de Barracas Norte estaba dividida en dos.
A la derecha estaban las casas más viejas, inquilinatos de gente pobre y obreros.
Y en frente se levantaban nuevos edificios de departamento donde venía a vivir gente más refinada.
Mi familia vivía en un inquilinato. En cambio Aníbal vivía con su madre en los departamentos de enfrente.
Desconocíamos el significado de la palabra “discriminación”.
A veces me fastidiaba verlo tan tonto (aparentemente).
La madre era una señora joven, que me saludaba muy bien, y yo también a ella.
Se acercaba la fecha que más deseábamos todos los pibes: Reyes.
En aquellos tiempos yo pasaba las tardes en la calle, pasaban muchos menos autos que ahora y se podía jugar a la pelota tranquilamente.
Yo ya hacía un año que sabía que los famosos Reyes Magos eran mis viejos, que en silencio y buena voluntad iban a las jugueterías (que quedan abiertas toda esa noche) a comprarnos regalos.
Pero igual, uno hacía como que no sabía, porque el día que dijéramos “los reyes no existen”, iban a acabar los regalos.
Se acostumbraba dejar los zapatitos, y agua y pasto para los camellos.
Eso fue lo que me dijo el gordito Aníbal cuando yo volvía transpirado del partido.
Que estaba preparando el agua y el pasto para los camellos.
A mí me enfurecía que fuera tan tonto; quería que fuera uno más de nosotros, que pudiera jugar a la pelota y ser un “atorrantito” más.
Lo miré, mientras picaba mi pelota, y le dije:
-Aníbal, no seas tonto. Pastito para los camellos!
Los reyes son los padres, nene. Que salen a la noche a comprar juguetes mientras vos dormís.-
Aníbal al principio me miró perplejo.
Pero el gordito pelirrojo, aunque algo tonto, también tenía su carácter fuerte.
-No, nene! Mentira! Yo voy a poner el pastito para los reyes!-
Pegó media vuelta y se fue para su casa.
Yo subí las escaleras hacia la mía para dejar la pelota y bañarme después del partido.
Pasaron más o menos dos días, y yo casi me había olvidado de la charla.
Y volví a salir a la calle, la eterna calle de todos los días; mucho menos peligrosa que la de ahora. (Estoy hablando de principios de los años ’70.)
Las pocas cuadras que a esa edad yo me animaba a andar; los terrenos baldíos que eran como pequeñas selvas que daban ganas de explorar, el petardo que algún chiquilín audaz se animaba a encender.
Y me paró la señora madre de Aníbal. Me dijo que tenía que hablarme. Y me dijo las siguientes palabras:
-Me enteré lo que le dijiste a Aníbal, sobre los reyes magos!-
-Pero qué? No es la verdad?.- pregunté yo.
Sí, es verdad pero está muy mal.
Sabés porqué? Porque yo quiero que mi hijo tenga INFANCIA, entendés? Tenga sueños…-
Y se alejó indignada y enojada.
Era la primera vez que alguien me decía algo así.
Que una mentira, una quimera, servía para que un niño fuera feliz.
Me volví a casa y estuve reflexionando, meditando con mi cerebro de niño, sobre ese reto tan hermoso que me había dado la mamá de Aníbal.
Algo que se me quedó grabado.
Que para ser realmente un niño había que creer en ciertas fantasías.
Quizá yo había perdido esa ilusión de los Reyes Magos. Pero seguro me quedaban otras.
De hecho, todavía jugaba a la pelota soñando con ser Marzolini o Pinino Mas.
Pero debía restituirle a Aníbal su sueño. Estaba entre perplejo y apenado.
Necesitaba encontrarlo a Aníbal, y explicarle, de alguna forma, que los Reyes Magos sí existían.
Anduve por la calle buscándolo, pero el gordito no aparecía.
Por suerte él vivía en el primer piso, y la ventana daba a la calle.
Me paré abajo y empecé a gritarle: Aníbal, Aníbal!-
El angelito abrió la ventana y se asomó.
De abajo le grité:
Necesito hablarte de algo.-
Bueno… esperame que ya bajo..-
A los tres minutos, Aníbal bajó.
-Che, sabés que me parece que me equivoqué, cuando te dije una cosa…-
-Sobre qué?-
No…los reyes magos.
Yo un día me quedé despierto hasta bien tarde a la noche, y me levanté, y vi como que se iban unos camellos.-
-En serio? Pudiste ver a los camellos?-
-Sí. Vi la parte de atrás de un camello, y escuché que bajaban la escalera del zaguán de mi casa.-
-Ah! Qué lindo! Bueno…me voy porque está por llegar mi mamá. Qué lindo lo que me contaste! Estoy contento!-
Me besó en la mejilla y se metió en su departamento.
Siempre, toda la vida, íbamos a necesitar creer en sueños, en utopías, como en los reyes magos, para poder vivir.

Miguel Gary.

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