viernes, 3 de julio de 2009

el paraguas


EL PARAGUAS.

(Alrededor de 1978…)
Me puse a esperar el colectivo setenta, que me llevaría como todos los días desde mi casa de Barracas al Sur hasta mi trabajo.
Eran las siete de la mañana cuando negros nubarrones encapotaban el cielo. Cuando el colectivo llegó a mi parada de parque Pereyra comenzó a desatarse la tormenta.
Las primeras gotas comenzaron a mojar mi pelo, mi blusa, mi pollera y mis sandalias, y me arrepentí de no haber traído paraguas.
Odiaba las tormentas de verano… esos días que comenzaban tan deprimentes.
En el parque la desolación era absoluta.
Cuando subí al colectivo sentí un alivio. Al menos quedaba un asiento, en el último de los de a dos.
Enfilé hacia él.
Me senté al lado de un tipo con apariencia de ejecutivo, y comencé a mirar nerviosamente por la ventanilla. La lluvia era torrencial.
Pero si la lluvia me había puesto nerviosa, el tipo de al lado me lograba exasperar.
No se podía negar la calidad de su traje oscuro ni de su maletín. Me pregunté que hacía ese hombre en aquél colectivo repleto de trabajadores y clase media baja.
Completando el cuadro, portaba un lujoso paraguas negro con empuñadura dorada.
Se me antojó algo tétrico.
Por un instante nuestras miradas se cruzaron y sentí una especie de repugnancia. La misma que parecía sentir él por mí.
Luego el tipo dejó de prestarme atención y comenzó a mirar a la gente.
Clavaba esa misma mirada fría y despectiva en el colectivero, en los pasajeros, en los asientos.
Tuve un mal presentimiento.
Pese a que faltaba mucho para llegar a Retiro me paré y comencé a acercarme hacia la puerta trasera, como quien se dispone a bajar.
Entonces sucedió lo terrible, lo que hasta el día de hoy no consigo explicarme; y de lo cual me abstuve de realizar denuncias por temor a ser tomada por loca.
Sin que mis ojos pudieran explicarlo, el lujoso paraguas del tipo se transformó en una sofisticada ametralladora.
Apuntó decididamente a los pasajeros de adelante con su despreciativa mirada. Estuve a punto de gritar pero el terror me contuvo.
Comenzó a disparar sin piedad.
Estallaron los primeros gritos, junto con los cristales de una ventanilla.
El colectivero giró asustado su cabeza, y viendo lo que ocurría, solo atinó a seguir conduciendo a toda velocidad.
Aterrada, comencé a tocarle timbre.
El colectivo se transformó en pocos segundos en un infierno.
Mis timbrazos, los gritos de la gente…y los dos primeros muertos en los asientos de adelante.
Algunos tipos se levantaron y trataron de irse encima del ejecutivo.
El loco asesino respondió con una terrible ráfaga de balas que me hizo cerrar los ojos de terror.

Cuando los abrí ví más cristales rotos y las paredes manchadas de sangre.
Me aferré a la puerta y traté de abrirla. No cedía.
Las ráfagas continuaron y yo ya no daba un centavo por mi vida.
Fue el chofer quién atinó a abrir la puerta trasera.
Volví a mirar y el espectáculo era dantesco.
La mayoría de los pasajeros ya estaban muertos sin lugar a dudas, las ventanillas estaban todas destrozadas y la sangre inundaba el corredor.
El colectivo seguía andando a una velocidad increíble. Saltar a la calle me resultaba tan peligroso como quedarme en ese infierno.
El ejecutivo apuntó al conductor y lo destrozó a balazos.
El setenta se bamboleó como un gigante herido por las últimas cuadras de Esmeralda hasta que por fin frenó.
Bajé desesperada, resbalé y caí sobre el asfalto.
Me paré y pude ver la sangre chorrear por los escalones de la puerta y mezclarse con la lluvia.
Corrí enloquecida.
A los treinta metros, al verme rodeada de gente, me tranquilicé.
Creí haber tenido una alucinación.
Volví a mirara con enfermiza curiosidad.
Unos pocos curiosos empezaban a rodear el colectivo destrozado por los impactos. También vi un patrullero y varios policías. Por la puerta trasera descendió el ejecutivo, con el paraguas nuevamente entre sus manos.
Vi como lo palpaban de armas. Luego de cruzar unas palabras lo dejaron ir.
Abrió su paraguas y se alejó tranquilamente hacia el microcentro.
Ahora apenas garuaba.

Miguel Gary.

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